En este frágil y vulnerable mundo que los sapiens manoseamos sin contemplaciones para complicarnos la existencia, las crisis nos sorprenden cada vez más sobrevenidas. No acabamos de salir de una y ya andamos enredados en la siguiente. Aunque hay una constante, el tiempo corre más deprisa y unos pocos siempre encuentran como aprovecharlas a tope para que muchos sufran serias consecuencias.
Según un informe de Oxfam de este mismo año, en los más de dos años transcurridos desde el estallido de la crisis de la pandemia, se ha creado un multimillonario cada 30 horas para dejarnos casi 600 nuevos multimillonarios que se suman a los más de 2 mil que ya teníamos a principios de 2020. Y llegó la Guerra de Ucrania y, descontando la crisis humanitaria, por no hablar del riesgo nuclear que nunca hemos presentido tan probable, nos atropella la crisis de la energía, la de la alimentación y el hambre, la inflación, la deuda, las hipotecas, la prima de riesgo…, ¡Menuda vuelta de vacaciones nos espera!
Los precios de los combustibles y la electricidad, que encarecen la producción, el transporte, la cesta de la compra y la movilidad de las personas, entre otras cosas, prometen complicarnos muy mucho nuestro día a día. Seguro que sumarán multimillonarios por un tubo, pero a costa de dejar en la cuneta de la pobreza a millones de seres vulnerables que pasarán a engrosar las estadísticas como nuevos miserables. Unos 263 millones han caído en la pobreza extrema en los últimos tres años, según ese mismo estudio de Oxfam.
Como los de las grandes compañías de la electricidad, los magnates de los combustibles fósiles, los que mueven el negocio de extracción, distribución y venta al por mayor, no dan abasto a contar el dinero que ganan. No porque el precio del barril de crudo se haya disparado, que también, aunque ha estado más caro en otros momentos de la historia, sino debido a la coyuntura. Refinar el crudo para obtener gasolina, diésel y demás requiere tecnología de la buena y mucha energía, lo que ha complicado mucho el proceso hasta convertirlo en el cuello de botella que nos ahoga.
Muchas refinerías se han quedado obsoletas y con la caída del consumo que generó la pandemia dejaron de funcionar. Y ahora, simplemente no han reanudado su actividad. Hay menos refinerías y, con el cambio hacia la electrificación y la movilidad alternativa, las grandes petroleras no tienen claro lo de invertir en refinar y miran donde poner su dinero a la sombra de la rentabilidad de negocios emergentes, como las baterías, el hidrógeno o incluso los combustibles no fósiles o sintéticos, porque su negocio es forrarse con la energía.
Al aumentar la demanda de combustibles, tras cerrar la crisis del coronavirus, y disponer de menos cantidad refinada para suministrar, la tormenta perfecta se creó con la guerra de Putin que parece que durará lo que nadie imaginaba. Ya nos advierten que preparemos la cartera para pagar el litro de gasolina a 3 euros, y el gas ni se sabe si acaba por cerrarse del todo el grifo ruso. Aunque transportistas, taxistas o pescadores, entre otros, ya preparan nuevas movilizaciones, en esto de convertir las crisis en oportunidades, los gigantes del business y la codicia son auténticos expertos y no perderán beneficio, caiga quien caiga.
Las grandes navieras, que podemos contar con los dedos de las manos, mastodónticas compañías que se dedican a la gran distribución de mercancías por todo el mundo mundial, han multiplicado sus precios hasta un 1000 x cien, una barbaridad no, lo siguiente. Algo favorecido por la enorme concentración de poder empresarial y la falta de control político sobre estas y demás super multinacionales de la avaricia, como los grandes bancos, que ya nos dejaron bien claro su compromiso social allá por 2008, o como las gigantes tecnológicas para las que somos datos con los que comerciar impunemente, aunque suponga manipular democráticas elecciones, caso Cambridge Analytica y tal.
La crisis de suministro que tiene en parálisis a no pocas industrias, nos hace replantearnos si la deslocalización fue una buena idea para los ciudadanos europeos. Como lo hizo la escasez de mascarillas en la pandemia y los avispados intermediarios amigos o familiares de políticos que se convirtieron, de la noche a la mañana, en comisionistas abusones disfrazados de importadores filántropos.
La nueva crisis logística en la que nos han enredado la deslocalización irresponsable, las mega petroleras y los super armadores, nos obliga a replantearnos si eso de transportar mercancías, a lo bruto, utilizando el diésel más contaminante y pagando precios por encima de nuestras posibilidades, no deberíamos restringirlo a lo estrictamente imprescindible y matar varios pájaros de un tiro. Objetivos concomitantes que se dice.
La producción y consumo de proximidad, aquella en la que no hay más de 100 km de distancia desde donde se produce al punto de venta, no solo evita la mega distribución innecesaria y protege el medioambiente utilizando productos que tenemos o podemos hacer localmente, también favorece el empleo local y limita la insostenible deslocalización. En el caso de la agricultura, los alimentos pasan a ser de temporada y conservan sus nutrientes al máximo al evitar semanas de almacenamiento en cámaras frigoríficas que también gastan y contaminan lo suyo. Y, aunque pueda parecer lo contrario, los precios pueden ser más competitivos al ahorrar en los disparatados costes de energía, transporte y movida logística.
Desconocemos cuanto tiempo y valores serán necesarios para que nos replanteemos globalmente el desequilibrado sistema actual en su conjunto: El asilvestrado mundo financiero de la especulación descontrolada, la industria codiciosa que ensucia y agota recursos indolentemente, el consumismo fútil y la distribución masiva y masivamente contaminantes… Un sistema global desorganizado y obsoleto contra la gran mayoría de las personas y el contra el planeta. Tiempo parece que no nos queda mucho y quizás tengamos que lamentar el perdido, aunque de poco sirva llorar sobre la leche derramada.
El problema añadido es que en el tipo de sociedad, que hemos dejado crear entre todos, en que vivimos no existevalores ni conciencia ética que consiga hacer que TODOS reaccionemos de una vez por todas y nos demostremos a nosotros mismos que unidos seríamos mucho más fuertes.
Me gustaMe gusta
Sí Carlos, conciencia, valores y también pensamiento crítico son déficits que tenemos, pero también ha aumentado mucho la capacidad de manipular desde los centros de poder. Un abrazo
Me gustaMe gusta