Si vas siguiendo este blog, ya te habrás quedado con que Barcelona fue una ciudad de fabricantes de todo tipo, mucho antes de que se enredase en el negocio del turismo o en el de las nuevas tecnologías de Smart, Mobile y otras modernidades.
Hace más o menos un siglo no había barrio o rincón que no albergarse la fabricación de objetos cotidianos de lo más variopinto, talleres de telas y ropa, perfumes y cosméticos, sanitarios, revistas y diarios, cerveza, cocinas, leche y yogures…, en casi todos los barrios, viejos y nuevos, aunque había algunos especialmente industriales, como el Poblenou o Sants, prácticamente en cualquier lugar se puede encontrar, todavía hoy, desde el nombre de una calle hasta algún edificio singular que en su día fue una factoría de prestigio y leyenda de la ciudad.

Can Fargas, en la esquina de Portaferrissa y Pi, es la más antigua de aquellas chocolaterías, que rezuman sabor a clásico y mantenía su aspecto vintage con su mobiliario de época y el antiguo molino incluidos. Sin embargo, su privilegiada ubicación se convirtió en su mayor amenaza a causa de la subida de alquileres de renta antigua por la LAU (Ley de Arrendamientos Urbanos), y, al ritmo de los nuevos tiempos que corren, unas modernas galerías comerciales ocuparon el emblemático enclave de la última del chocolate.
Can Fargas se estableció en el corazón del barrio gótico allá por 1827, en la calle del Pi esquina Plaza Cucurulla, donde todavía se pueden ver las placas de su emplazamiento original. Ha mantenido, de generación en generación, sus secretos en la elaboración del chocolate y, en el año 2016, tuvo que mudarse a un nuevo local en el mismo edificio neoclásico; el Palacio Castillo de Pons, aunque unos metros más abajo.

Llegaron a existir 87 obradores en Barcelona que, desde que el cacao llegó a la península, tras el descubrimiento de América, fueron proliferando por la ciudad para convertirla en una de las más chocolateras del mundo mundial.
Cuentan que, en el siglo XVIII, unos frailes catalanes que estaban en México enviaron un cargamento de cacao al puerto de Barcelona junto a la receta para la elaboración del chocolate. Y cuando la Iglesia decidió que este alimento no rompía el ayuno, empezó a extenderse el consumo del exótico producto, entre el clero primero y después en palacios, entre la nobleza para llegar, algo más tarde, a la burguesía.
Muy reservado para unos pocos por su desorbitado precio, el chocolate, cuya elaboración adquiría tintes de secreto de estado de la época, fue creciendo en adicción y popularidad, a medida que los precios se fueron ajustando y la oferta subiendo con los distintos productores que se sumaban a la elaboración del exótico elixir.
La primera chocolatería barcelonesa parece ser que la abrió Francesc de Paula Capella, allá por 1700, y estaba en la Rambla esquina con calle Hospital. También según Joan Amades, todo un gurú en el tema, el primer molino de chocolate se construyó en 1664, en la calle de L’arc de Sant Silvestre, en el barrio de Sant Pere. Incluso vino una comisión de chocolateros de París para poder verlo y copiar el modelo.

En un principio solo dos gremios podían comerciar con el chocolate, el de los molineros del chocolate y el de los d´Adroguers, sucrers i confiters, que fue primero y tenía, desde 1562, el monopolio de venta de especies, azúcares y confituras provenientes de territorios de ultramar. Y no tuvieron pocas trifulcas entre ambos por disputarse el prestigio de calidad y la exclusividad.
Los chocolateros elaboraban el producto en su taller, pero también se desplazaban a las casas particulares de los adinerados que podían permitírselo. Can Fargas, como Can Gomis, eran de las que ofrecían este servicio. Llevaban una piedra que se colocaba en el suelo de la cocina, sobre una llama para calentarla. El cacao, ya tostado, lo ponían sobre la piedra y lo molían manualmente, con un cilindro también de piedra. Entre el calor y la presión fundían el cacao que introducían en una amasadora junto al resto de ingredientes, azúcar y especias, para preparar el oro marrón.
Pronto el distrito de Ciutat Vella se convirtió en el centro del chocolate y se podían contar hasta veinte molinos de cacao a mediados del Siglo XIX, descontando las fábricas de chocolate, como la de Juncosa (Carrer Manso) o la de Amatller (Pza Santa María del Mar). A principios del XX el cacao ya se importaba de la Guinea Colonial.
En 1904 abrió la Granja Viader, la granja-lechería más antigua de Barcelona, donde se elaboraban mantequillas, quesos, mató… Joan Viader Roger fue quién creó, en 1931, el famoso Cacaolat. Aunque la cosa tocó cielo cuando se incluyó, en los 50’s, el cacao en las monas de Pascua y le pusieron huevos, de chocolate, a cualquier pastel que se preciase.
Entre 1910 y 1914 empezaron meter el chocolate suizo, de la mano de Nestlé, por Catalunya y el famoso café Zurich fue antes la chocolatería La Catalana. De niño, yo viví en el barrio de Sants, en la Calle Buenaventura Plaja esquina Sugrañes, la “Calle del Chocolate”, y no pocas veces me quedaba, oliendo embelesado, en la puerta de alguna de las mejores fábricas de dulces y chocolates del momento. Aunque siempre he oído que la Calle Petritxol es la más dulce de Barcelona.
En fin, en el traslado de Can Fargas, se pudieron llevar la carpintería exterior, parte del mobiliario existente del siglo XIX y, como no podía ser de otra manera, el emblemático molino original que siguen utilizando. Pero, a pesar de los esfuerzos por parecer igual, no es lo mismo. Aunque los amantes del aroma a cacao y chocolate a la piedra en taza, podemos disfrutar todavía de una de las recetas y método de elaboración más antiguo de Europa. En 2018 recibió el premio a la Chocolatería / Pastelería agremiada más antigua del Gremio de Pastelería de Cataluña.
Pero, si te va el rollo chocolatero, como a tantos que incluso lo consideran mejor que el sexo, aquí en Barcelona tienes el Museu de la Xocolata, impulsado por el Gremio de Pastelería de Barcelona y ubicado en el antiguo convento de Sant Agustí, Carrer Comerç, 36. Un lugar de realistomagia en el que podrás sumergirte en el tema hasta embriagarte.
Cuanta dulzor amigo 😜
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