8 mil millones, buscando los límites

En la última, reciente y cínica cumbre del clima COP27, celebrada paradójicamente en la turística Sharm el Sheikh, ciudad balnearia en mitad del desierto llena de piscinas y lagunas artificiales en un país azotado por la penuria hídrica que viola por costumbre los derechos humanos, solo ha faltado que el Secretario General de la ONU agitase los brazos al grito de ¡Apocalipsis climática, sálvese quien pueda! El fracaso queda certificado con la ausencia o falta de compromiso de los más contaminantes: China, la India, EEUU y Rusia,.

Se confirma que seguimos aumentando emisiones y calentando el planeta como nunca, aunque no deja de ser curioso que en el continente donde nació la revolución industrial, Europa, el promedio de las temperaturas se han incrementado más del doble que en el resto del planeta en las últimas tres décadas. Es lo que se desprende de la reciente revisión de datos analizados la Organización Meteorológica Mundial y el servicio Copernicus.

Si durante décadas hemos sido los más contaminantes y los que más empujábamos al mundo hacia una economía desbocada e irrespetuosa con el medioambiente, ahora la Tierra parece querer devolvernos tanto desatino y, a un ritmo de 0,5 grados por década, se multiplican las muertes por calor, las infecciones tropicales, las inundaciones sobrevenidas, la sequía o los incendios de última generación que parecen insofocables. Y las pérdidas económicas no son pocas, según calculan estos organismos, cerca de 50.000 millones de euros en los últimos 50 años.

Según el citado informe de 2021, en ningún otro territorio continental han subido las temperaturas como lo han hecho en la vieja Europa, donde en estas cinco últimas décadas se has contabilizado 1.672 calamidades relacionadas con la crisis climática y muchas vidas perdidas entre una población muy envejecida y con muchas vulnerabilidades. Lo peor, con todo, es que la frecuencia e intensidad de estos desastres seguirán aumentando de forma imparable, porque la inercia es tremenda y muy complicado doblegar la curva una vez alcanzado el actual punto de deterioro ambiental y la reiterada falta de compromiso.

Europa también tuvo mucho que ver con el incremento exponencial de la población mundial, otro de los enormes problemas que se suman para vincularse a esta gran bola de catástrofes globales que complican más nuestro futuro cada día que pasa y que alcanza hoy cifras astronómicas en Asia y América. Pongamos primero lo primero:

Cuando acababa de empezar nuestro actual calendario, allá por los tiempos en los que Jesucristo pululaba pregonando en el desierto, había unos doscientos millones de humanos en todo el planeta. Hacia relativamente poco, unos 7 u 8 mil años, que habíamos cambiado nuestro estilo nómada de pequeños grupos cazadores y recolectores con el que vivimos más de 3,5 millones de años por el de grandes grupos de agricultores y ganaderos que domesticaban plantas y animales para establecerse de forma sedentaria entorno a fuentes de agua potable.

Con la revolución agrícola el mundo pasó de unos pocos millones de sapiens ambulantes, que apenas vivían con lo puesto en una cierta armonía con la naturaleza, a multiplicarse en aldeas, pueblos y ciudades amuralladas en las que tenían propiedades que cuidar: casas, huertos, rebaños, herramientas varias, excedentes de grano… Fue un cambio importante, pero las sequías, las plagas y las enfermedades frenaron bastante el potencial crecimiento que ofrecía la nueva abundancia de alimento, a costa de una dieta menos variada, valga decir.

Sin embargo, la vida de los grupos humanos evolucionaba todavía con enorme lentitud y tendrían que pasar varios siglos más hasta que la ciencia y la tecnología lo volviesen a revolucionar todo. La revolución industrial, que se inició allá por 1800 llenó de máquinas y automóviles nuestro mundo y la contaminación fue creciendo tan exponencialmente como la población mundial.

Pero no fueron las máquinas las que facilitaron el crecimiento demográfico. Fue otra aportación científica de aquella época en la que se multiplicaba el conocimiento: La higiene y las nuevas medicinas fueron la clave para superar con éxito a las enfermedades y convertir a la especie humana en una auténtica plaga planetaria. Aunque la mecanización de la agricultura y los pesticidas, que multiplicaron el cáncer exponencialmente, también ayudaron lo suyo a una productividad alimentaria que siempre se repartió mal. En la actualidad, cerca de mil millones de personas se mueren literalmente de hambre mientras otros engordan peligrosamente por encima de sus necesidades. Pero eso es otra historia.

Descubierta en 1928 en el ST. Mary´s Hospital de Londres por Alexander Fleming, la penicilina bien podría ser el hito que marcó el punto de inflexión en el tremendo éxito adaptativo de los sapiens.  Como tantos otros descubrimientos, el azar o la suerte pilló trabajando a un genio y un hongo que contaminó y destruyó varios cultivos de Staphylococcus inició la nueva era antibiótica en la medicina. Estos hongos eran del tipo Penicillum notatum, por lo que Fleming y su equipo decidieron bautizar el invento como penicilina.

La población mundial pasó de los casi mil millones de habitantes que había en 1800 a los más de 6000 millones con los que cerramos el pasado siglo XX. Sin embargo, en el año 1900, con 100 años ya de máquinas e industria galopante, la población mundial “solo” llegaba a los 1.600 millones. Pero en solo 60 años más ya se alcanzó la cifra de los 3.000 millones. A finales del 2011 ya superábamos los 7000 millones y se espera que para este mes de noviembre alcancemos ya los 8 mil millones de humanos que se concentran especialmente en contaminantes y contaminadas magaciudades.

Alimentadas por una insaciable y corrosiva industria y conectadas intermodalmente por incontables líneas regulares de aviones, buques y camiones, las arterias por las que el combustible fósil mueve el comercio y el consumismo internacional, muchas ciudades sobrepasan los 20 millones de habitantes: Tokio con 40 millones es la más aglomerada urbe de nuestro mundo, le siguen Shanghái con más de 33, Yakarta con 31, Delhi con 30, Manila con casi 26, Bombay con 25, Sao Paulo y Ciudad de México con 23, New York y Seúl les pisan los talones con más de 22,5, El Cairo con 21, Daca, Pekin o Lagos con 20 millones….

El planeta Tierra tiene unos límites, tanto en dimensiones como en energía y capacidad de recursos o alimento que puede producirse en él. Aunque la ciencia pueda descubrir nuevas fuentes de energía e inventar tecnologías que multipliquen la productividad y eficiencia alimentaria, el crecimiento de la población humana, cuya proyección apunta a superar los 11 mil millones en este siglo, no es sostenible hasta el infinito y más allá. Sí, otro problema global e interrelacionado con el calentamiento y el cambio climático, con la contaminación y pérdida de biodiversidad, con la desigualdad y la pobreza, con el agotamiento de recursos…, todos de muy difícil abordaje desde la actual fragmentación y torpe coordinación internacional.

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